Eran cerca de las 9:00 de la mañana cuando el bullicio cotidiano de la estación de vans que viajan a Chetumal —perteneciente al sindicato Francisco May— fue interrumpido por un grito desesperado que emergía desde las profundidades.
Un chofer, que se dirigía a la parte trasera del sitio, se detuvo en seco al escuchar los lamentos. Al acercarse, descubrió lo impensable: desde el fondo de una fosa séptica, un hombre pedía ayuda con lo poco de fuerza que aún le quedaba.
Minutos después, el lugar fue invadido por la presencia de unidades de emergencia. Elementos del cuerpo de bomberos, protección civil, policía municipal y paramédicos de la Cruz Roja arribaron al punto y comenzaron una labor de rescate que duró varios minutos. Con equipo especializado, lograron extraer al sujeto con vida.
Según datos preliminares de las autoridades, el hombre, en situación de calle, habría ingresado al predio durante la madrugada, aprovechando la soledad del sitio. Se presume que, en un acto de desesperación, intentó quit4.rse la vida arrojánd0s.3 a la fosa de más de 10 metros de profundidad. Pasó varias horas atrapado, entre la oscuridad, el fétido olor y el riesgo de asfixia, hasta que la casualidad —o la providencia— puso en su camino al chofer que escuchó su llamado.
El hombre fue estabilizado en el sitio y trasladado al hospital general para recibir atención médica. Hasta el momento, su estado de salud se reporta delicado, pero estable.
Este hecho, más allá del escándalo, deja al descubierto las realidades invisibles que transitan entre nosotros: la desesperanza de quienes no tienen un techo, el abandono que viven muchas personas en situación de calle, y el clamor silencioso que muchas veces pasa desapercibido… hasta que un grito logra romper el silencio.