Por Jesús Caamal
Cada 15 de mayo celebramos el Día del Maestro en México, pero en la zona maya de Quintana Roo, esta fecha tiene un peso distinto. No sólo se trata de reconocer a quienes ejercen la docencia como una profesión, sino de honrar a quienes han convertido su vocación en una forma de resistencia, identidad y esperanza en comunidades históricamente olvidadas.
Ser maestro o maestra en la zona maya no es tarea fácil, en muchas comunidades, el aula no siempre tiene cuatro paredes completas, ni un ventilador que refresque el calor de más de 40 grados. Hay quienes cruzan caminos de terracería bajo la lluvia o en bicicleta bajo el sol, cargando libros, marcadores y, sobre todo, un compromiso inquebrantable con su comunidad.
Lo hacen sin reflectores, sin premios, sin discursos; lo hacen porque creen, creen en su vocación de educar a las futuras generaciones, háblese desde el nivel inicial, básico, media superior, hasta universitario.
Muchos de estos docentes no sólo enseñan matemáticas o español. Enseñan también en lengua maya, preservando un legado ancestral que se resiste a morir en las aulas, educan a sus alumnos en dos mundos: el de la modernidad y el de sus raíces, con cada lección en su lengua materna, están defendiendo una cultura milenaria que aún late en los corazones de los pueblos.
En comunidades donde a veces no hay médico (¿A veces?, bueno es otro tema), ni señal de celular, ni presencia constante de las autoridades, el maestro es guía, consejero, referente y, muchas veces, el primer contacto de los niños y niñas con el mundo exterior. Ahí donde escasea el Estado, llega primero la voluntad del maestro.
Es justo y necesario hablar también del abandono que enfrenta el magisterio rural, sueldos bajos, escuelas sin mantenimiento, falta de materiales, burocracia asfixiante y poco reconocimiento social. Es contradictorio: se les exige que formen a las nuevas generaciones, pero se les niega lo más básico para cumplir con su labor dignamente.
Hoy, más que nunca, honrar al maestro no es regalarle una flor, sino alzar la voz por su dignidad. Significa exigir que el gobierno garantice escuelas funcionales, rutas seguras, acceso a tecnología y condiciones laborales justas.
En la zona maya, cada maestro que entra a su salón es un acto de esperanza, cada clase que se da bajo un árbol, en una palapa, o en una escuela de concreto que se resquebraja, es un testimonio del poder de la vocación.
Por eso hoy, como lo dijo el periodista yucateco Miguel II Hernández Madero, “Felicito a todos los maestros que enseñan a pensar en vez de enseñar la obediencia ciega y servil”, nos leemos hasta la próxima…