Tahdziú, Yucatán- En pleno 2025, en la era de la inteligencia artificial, de los cohetes rumbo a Marte, de los discursos incluyentes y las campañas de “respeto”, todavía hay quienes no han aprendido lo más básico: la dignidad humana no se mide por el color de piel, la lengua que hablas o la comunidad donde naciste.
Liliana Puc es una joven madre maya, orgullosa de su raíz y de su origen en la comunidad de Tahdziú, Yucatán. Es mayahablante, mujer trabajadora y mamá de Angelito, el niño sensación de las redes sociales, ese pequeño que con su ternura y carisma ha logrado conquistar a miles en todo el país. Pero a Liliana no la perdonan. No le perdonan que sea indígena. No le perdonan que sea pobre… y que, aún así, salga adelante.
Recientemente, ella compartió una fotografía con sus amigas, mujeres como ella, mayahablantes, orgullosas de su cultura. La imagen era simple: compañerismo, alegría, dignidad. Pero en lugar de recibir apoyo, las atacaron. Mujeres y hombres sí, incluso otras mujeres, se lanzaron con comentarios cargados de cl4sism0, burlándose de sus rasgos, de su color, de su forma de vestir, de su lengua. Como si el orgullo de ser maya fuera un defecto. Como si mostrar la identidad de tu pueblo fuera motivo de vergüenza.
Y no. No lo es. La vergüenza debería ser de quienes discr1min4n. De quienes heredan complejos coloniales. De quienes se burlan de los mismos rostros que habitan los murales, las calles, los campos, los mercados y las historias de este país.
Lo que le hacen a Liliana es lo que este sistema le ha hecho durante siglos a los pueblos indígenas: d3spr3ciarlos, invisibilizarlos, ridiculizarlos… hasta que deciden alzar la voz. Y entonces, también los callan.
Algunos incluso han insinuado que “3xpl0tan” a Angelito. ¿3xpl0tación? El niño se ve sano, feliz, cuidado. No hay ninguna denuncia formal, ninguna investigación. ¿Qué molesta entonces? ¿Que una familia humilde use las redes como herramienta de trabajo para mejorar sus condiciones de vida? ¿Que en lugar de pedir limosna, construyan una casa digna con lo que han generado con creatividad, esfuerzo y amor?
Lo que molesta es ver a los pobres triunfar. Ver a los indígenas con voz. Ver a las mujeres mayas tomando el control de sus narrativas, de sus familias y de sus oportunidades.
Y aquí viene lo más poderoso: es la primera vez que la cultura maya se mantiene viva a través de su auténtica gente. No a través de la transculturización disfrazada de folclor para el turista. No por espectáculos vendidos al mejor postor. Es el pueblo maya, el de verdad, el de la selva, el de los pueblos originarios, el que está mostrando al mundo su esencia sin filtros ni maquillajes. Por fin la cultura vive en boca de sus propios hijos, no de quienes sólo vienen a tomarse fotos y luego se olvidan del territorio que pisan.
Ellos, Liliana, Angelito y su familia están siendo una inspiración. Y sí, ya conocemos el argumento de algunos: “hay más niños mayeros”. Claro que los hay. Y por eso mismo, a todos ellos se les debe apoyar, impulsar y fortalecer. Porque ahí, en la raíz, en la lengua, en los rostros, en la selva, está la verdadera cultura. La que ha resistido más de 500 años. La que hoy, por fin, empieza a ser escuchada.